lunes, 24 de noviembre de 2008

Era un atardecer rojizo y aterciopelado

Era un atardecer rojizo y aterciopelado. Había salido de su despacho lleno de papeles que nunca desaparecían atraído por ese color rojo cielo, cálido, suave, sugerente... Sus pasos se sucedían uno tras otro, sin prisas, pero ágiles, tal y como le gustaba andar, como si supiera siempre a dónde le llevaban, aunque casi nunca era así. Su mente descansaba no sabía muy bien dónde, ya que el olor de un septiembre apagado y la caricia de una brisa fresca mantenía su piel como sentido dominante. Henchida por los recuerdos que retenía sin esfuerzo, y que uno tras otro, y todos a la vez, trascurrían lenta y velozmente por sus ojos. Su piel, su olfato, su tacto, leves sonidos arrulladores colmaban su cabeza y le proporcionaban una sensación de placer irreverente. Paso a paso, embriagado por los sentidos recorría calle tras calle, esquina tras esquina, y el cielo se iba trasformando cada vez en un rojo más intenso, oscuro y acogedor. Y así, tras doblar por la acera, su cabellera, su cabello ondulante, ese olor exultante y omnipresente que hace imposible que su cuerpo se separe un centímetro del suyo gritaba su nombre en toda la calle. ¡Lucia! Lucia estaba delante suyo, de espaldas. Sus piernas levantadas sobre esos tacones soberbios que toda mujer lleva pero muy pocas saben cómo erguirse sobre éllos, dominarlos hasta la esclavitud. Sus pasos se dirigieron inmediatamente hacía ella, y su nariz se pegó literalmente a su pelo. Aspiró, suspiró profundamente, y lentamente fue respirándola desde la coronilla hasta el cuello. La espalda de Lucia se estremeció levemente, mientras permanecía quieta, de espaldas, sin movimiento aparente. Sus manos descansadas se posaron sobre sus muslos, primero inmóviles, después inquietas, mientras la piel se sensibilizaba con esos poros erizados que te invitan a recorrerlos uno a uno. Élla había girado sobre si, y ahora sentía cómo sus pechos intentan coger el aire que le faltaban, mientras una mano, ágil y decidida se había detenido sobre su sexo. ¡Dios, qué placer sentir cómo tu pene va creciendo dentro de la mano de una mujer increíble! Mientras, la suya entraba a través de una de esas faldas maravillosas que están abiertas en el frontal, y separando sus braguitas recorrían un sendero mullido, alegre, acogedor, hinchado por la excitación del deseo, y separando pétalo tras pétalo allí estaban; una protuberancia loca por abrirse paso y la piel más suave, dulce, sensible y acogedora que todo mortal es incapaz de olvidar una vez ha conocido. Y como la altura era la perfecta - ¡ayyyyy, maravillosos tacones, medidos a la perfección en sus centímetros exactos! – élla acercó su pene, ahora rabo poderoso – jajajajaja - hasta la puerta de San Pedro, y con una suave llamada al paraíso de la pasión y la sensibilidad, desapareció en su interior a la vez que el mundo dejaba de girar sobre si mismo.
- “Angeellll”, qué ostias haces mirando con esa cara de pavo el atardecer
- “JAJAJAJAJA” Ay Paco, Paco, qué bella es la vida. Vamos, te invito al mejor vino que encontremos, y brindemos por sentirnos vivos.

NOTA: No puedo evitar el incorporar a esta maravillosa milonga el comentario escrito por Javier, nuestro profe. Posiblemente una de las cosas mas bonitas que alguien me ha dicho en su vida, y sin la cual este relato no estaria completo. Ademas me pone el EGO por las nubes jajajajajaja

Viva la vida, Ángel. Y viva el sexo y las faldas y el vino y las noches y la literatura que habla de la vida, y que transmite autenticidad, y sudor, y olor y carne y risas.

1 comentario:

Begoña Iranzo dijo...

Ciertamente es un relato muy sensual, me gusta tus descripciones, entre vitales y palpitantes, transmites tú energía. Pero sobre todo hay una frase que me a gustado por su "visión":
"...y su nariz se pegó literalmente a su pelo. Aspiró, suspiró profundamente, y lentamente fue respirándola desde la coronilla hasta el cuello. La espalda de Lucia se estremeció levemente," imagino la escena, es tan sencilla, tan sensual; él,ella, el olor y miles de sensaciones en esos escasos segundos. Perfecto.
Begoña Iranzo